Dice San Pablo:
"Si Cristo no hubiera resucitado seriamos los que haríamos más lástima de todos los hombres. Nuestra esperanza no tendría sentido".
Pero Cristo ha resucitado y todo tiene un sentido y un sentido muy pleno. Nuestra esperanza está bien fundamentada. Toda la vida de la Iglesia nace de la fuerza del Cristo resucitado. Sin él no podríamos hacer nada. Con Él todo lo podemos realizar. De hecho, los apóstoles, una vez muerto Jesús en la Cruz, llenos de miedo, se cerraron en el cenáculo. Pero una vez descubren el Cristo resucitado, salen a predicar la Buena Nueva del Evangelio, he aquí la importancia de este tiempo que cada año nos consolida la fe y nos hace revivir aquellos primeros momentos de la experiencia del Cristo viviente en medio de sus discípulos. Es un tiempo que da una nueva vitalidad a la Iglesia que hace florecer las semillas y granar los frutos.